Contra lo que suele creerse, el pecado nacional no es la envidia, sino el desprecio; o, mejor dicho, el desprecio de la excelencia: quien envidia desearía escribir las páginas del Quijote, dice Fernán-Gómez; quien desprecia dice: “Pues, chico, yo he leído 30 páginas del Quijote y no es para tanto”. La observación debe de ser tan exacta que incluso quienes no creemos en los pecados nacionales (porque sospechamos que los pecados, como la estupidez, están repartidos y no entienden de fronteras)